Cecilia Ansaldo BrionesAlgunos puntos de actualidad me retrotraen a uno de mis frentes favoritos: los asuntos de lengua. El bullado caso de la renovación de la ortografía concitó reacciones en tal número que vale admitir que el temita ortográfico –pese a que los jóvenes de hoy lo arrastren por el piso– tiene un puesto notable en los criterios de mucha gente. Defensores a ultranza de la tradición, vieron como un atentado que un par de consonantes dejará de figurar en el lugar de siempre en el orden del alfabeto (¿o acaso habrá sido que no entendieron la índole de la propuesta y salieron con bromas tontas como aquella del Presidente que sostuvo que tendría que cambiar su apellido a “Ávez”?). Se rechazó también que tuvieran que nombrar a otras dos con diferente nombre (uve en vez de ve dentilabial; ye en vez de i griega). Cosas de la sensibilidad, me digo, porque para fines prácticos el cambio era inexistente.
Lo cierto es que la Real Academia Española reajustó su propuesta y tal reconsideración se leerá pronto en la versión levemente transformada de la ortografía que estamos esperando en su habitual formato de libro.
Leo que, en aras de ahorro económico, la Comisión Europea decidió que las empresas que tienen que tramitar patentes en cada uno de los países en que quieran desenvolverse, puedan hacerlo en tres idiomas nada más, inglés, francés y alemán, dejando fuera al español e italiano que antes eran más tomados en cuenta dentro del concierto de las 23 lenguas oficiales de la Unión Europea. ¿Discriminación contra nuestro idioma o contundente realidad frente al enorme coste de mantener a los 254 intérpretes de planta que suponen 37,8 millones de euros anuales dentro del Parlamento Europeo?
Un amigo me envía un cruce de mensajes electrónicos que analizan la decisión del Senado Español de defender las autonomías en sus lenguas, lo que significa que en ese recinto suenan discursos en catalán, vascuence y gallego, que requieren de traductores cuando todos conocen a la perfección la lengua española. Y naturalmente, el juicio de disparate le cae encima a esta práctica que representa muy bien las obcecaciones de la clase política (de esta o de cualquier parte del mundo cuando huelen los réditos electorales de alguna medida).
Allí están, visibles, unas cuantas batallas de nuestra vieja y noble lengua. Las invisibles son el pan de cada día en materia de desatención, de destrozo, de pobreza expresiva. En este mes se cumple un año de la publicación de la Nueva gramática y no he conocido mayores ecos en nuestro medio sobre ese acontecimiento que debería congregar a profesores, periodistas y demás profesionales que la usan como medio de trabajo. Las instituciones educativas se presentan solas cuando escuchamos o leemos los trabajos de los estudiantes.
Y valga un apunte que puede sentirse irreverente, como ejemplo, de las exigencias de la lengua madre: en el comentado y ya muy leído discurso del Nobel, Vargas Llosa, se deslizan unos cuántos verbos haber, mal conjugados. Soy la primera en admitir que esos errores –que me explico desde la falta de actualización porque los cambios en esas conjugaciones tienen pocas décadas– no invalidan para nada la fuerza de sus ideas, la intensidad de su carga emotiva. Pero están allí. Y una admiradora como yo, tanto del escritor como del idioma español, habría querido que el texto no tuviera mácula alguna.Pintura de: Robin Cheers, tomada del blog A Painter's Journal Texto tomado de: Diario eluniverso.com Guayaquil, Ecuador
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