Negro el pantalón, negra la remera, negra la campera de cuero (“comprada en Gap, eh”), el pelo cano. Contraste del entorno luminoso, primaveral y pacífico. ¿Quién más que Paulo Coelho puede ser Paulo Coelho, para haber resucitado como un Lázaro rockero?
Este carioca nacido en el 47 (padre ingeniero + madre ama de casa = clase media acomodada), ahora católico, millonario, escritor traducido y leído en el mundo entero, tiene un ayer tan oscuro como las ropas que siempre lo abrigan: internaciones psiquiátricas/ electroshocks/ muchas drogas/ magia negra/ miembro de sociedades secretas/ hippie nómade/ harekrishna/ militante del amor libre/ periodista/ y hasta famoso compositor de hits para la Polygram.
Coelho, el resucitado de sí mismo, tiene nuevo libro, el número 16: El vencedor está solo, un policial en pleno festival de Cannes, donde Igor, un millonario ruso, mata para reconquistar a su ex esposa, en pareja con Hamid, un magnate atrapado en el mundo de la moda.
Según sus propias palabras, un libro que no es un thriller, sino un crudo retrato del mundo en que vivimos.
¿Por qué elegir a un malo como protagonista?
¡Es que no está muy lejos de la realidad! No busco juzgar a nadie sino retratar un mundo donde la manipulación se da en nombre de los buenos valores. Igor, el protagonista, cree que en nombre del amor puede hacer todo lo que hace.
En sus libros habla de perseguir esa razón que tenemos para vivir, aquella sin la cual no seremos felices. Ahora, ¿puede ser la maldad una de esas razones?
Noooo... no creo. Porque como digo en todos mis demás libros, esa razón para vivir está conectada con los otros. Y la relación con los otros es de amor, no de odio. Cuando encuentras esa razón encuentras también una especie de solidaridad, de conexión con la gente y eso no puede estar basado en la maldad.
Pero no es lo que pasa siempre.
Claro que muchas veces vemos relaciones humanas destruidas en nombre de este amor equivocado. Cuando era adolescente me internaron en un manicomio porque mis padres pensaban que yo era loco. Lo hicieron por amor, pero por un amor totalmente equivocado. Esas cosas pasan.
¿Cree que la maldad y la ambición tienen un castigo?
Sí, lo creo.
Insisto con que la realidad lo desmiente...
La maldad y la ambición infligen un castigo al ambicioso y al malvado. Tarde o temprano la maldad y sus consecuencias se hacen visibles. Puedes utilizar a los otros para tu beneficio, pero por poco tiempo. La gente no es tonta y se da cuenta.
En el libro, la soledad es castigo.
Es natural el aislamiento provocado por la maldad. El sujeto tiene cada vez menos.
Pero ¿no es apenas una de las formas de la vida moderna?
Sin dudas es así, la soledad es también una forma de vida... porque desde niños somos educados en el miedo y la sensación de peligro por el contacto humano. Ahora tenemos miedo de acercarnos a las personas, conectar con ellas y eso, poco a poco, nos lleva a la soledad total. Es un modo falaz de sentirnos seguros: primero porque no hay seguridad en el aislamiento y segundo porque lo que sí hay es infelicidad.
Reconoció su mayor cobardía al no responder un llamado de su mujer cuando ambos estaban recluidos en un campo de concentración de la dictadura de Ernesto Geisel, en el Brasil del 74. ¿Puede hablar con igual franqueza de su peor maldad?
Es que la maldad es como el dolor: no se puede medir. Algo que para mí no es nada, para ti puede ser el fin del mundo. Creo que como todos los seres humanos normales sigo haciendo cosas que hieren a otros, muchas veces de manera inconsciente. Como decimos en portugués: el que da olvida, pero el que recibe no olvida jamás. La maldad es para mí algo muy relativo, pero intento todos los días controlar mis impulsos negativos y corregirlos si me doy cuenta de ellos.
Coelho sostiene que El vencedor está solo –de Editorial Planeta, con el que aspira a permanecer en el podio de los best sellers mundiales junto con J.K. Rowling y John Grisham– está 100% inspirado en su experiencia con la farándula. “No tengo nada contra la alfombra roja, los estrenos... es parte del ritual que necesitan el cine y la moda y hasta es bonito. Lo que me sorprende es que eso llega a un punto en el que la gente empieza a creer que el ritual es la verdad y la razón de ser. En el libro tampoco quiero juzgar cómo la gente se relaciona con el lujo y el glamour. En los muchos e-mails que recibo, la gente es muy crítica, pero es fácil criticar este mundo si no se tiene en cuenta que está hecho de sueños rotos, despedazados y perdidos. Lo que yo hice fue decir: Aquí está mi mundo”.
¿Así de frívolo y superficial es el mundo de las letras?
Seguro que debe haber algo lujoso, pero no veo nada similar entre el mundo literario y el de la Fórmula Uno o el Festival de Cannes de la novela.
En plena crisis mundial es difícil no leerlo como una crítica al derroche y a la riqueza.
Escribí la novela meses antes de que estallara la crisis, pero se veía que tarde o temprano la gente se iba a enterar de que esa no es la felicidad.
Que evita juzgar a sus personajes, ¿significa que para usted esta crisis no es moral?
Creo que es moral. Por eso intento ser lo más sencillo posible. Tengo mi computadora y ya estoy contento. Hay que preguntarse siempre: ¿necesitamos esto?, ¿necesitamos aquello? Para mí, la belleza está en la sencillez.
Uno de sus personajes se dice Soy mi mejor amiga y mi peor enemiga. ¿Cuándo siente eso de usted mismo?
¡Todos los días! Soy mi mejor amigo y mi peor enemigo. Si alguien puede destruir lo que he hecho no son los críticos, soy yo mismo.
¿También comparte con Igor, el protagonista, la idea de que la monogamia es un mito que se le ha impuesto al ser humano?
Yo no pienso nada...
¡Mentiroso!...
El hombre amable y campechano se ríe a carcajadas. Contraataca con una palabra en clave: “¡Borges!”. Al comienzo de la nota había citado una frase del escritor: “Borges decía que no hay una sola persona en el mundo que no haya mentido y cometido una maldad por día”.
Como en todos los temas, en este Paulo Coelho expone como opinión la evidencia de lo vivido: hace 30 años que permanece casado. “Este es mi cuarto matrimonio. Amé mucho a las otras tres mujeres, pero en todos los casos ellas y yo tuvimos el valor de decir ‘no va más’. En los treinta años que hemos pasado juntos con Christina (Oiticica, artista plástica) pasamos los altos y bajos de cualquier pareja: hay momentos que estás en Iraq y hay momentos... ¡que estás en Suiza!”. Vuelve a reírse de su ocurrencia, cita al paisaje pacífico que lo rodea).
Tiene un departamentazo de dos plantas en un barrio exclusivo de la exclusiva Ginebra, en la exclusiva Suiza. Todo blanco y ventanales abiertos a una terraza y más luego a un jardín de varias decenas de metros de precioso grass y cuidado diseño, prólogo de los Alpes, allí nomás. “Me encanta este lugar porque puedo caminar veinte minutos y comer en los mejores restaurantes del mundo o caminar otros cinco en la dirección contraria y estar en plena montaña”.
Lugar común, sí (¿y qué?), pero ¿a alguien se le ocurre antinomia mayor que Brasil y Suiza? Coelho tiene en Ginebra su sede europea y pasa el resto del tiempo en Río de Janeiro. “¡¿Qué puedo hacer?! Esa ciudad soy yo mismo”. Sigamos.