Epicuro | epicuro@eluniverso.com
Tiene fanáticos, detractores. Hace poco, un caballero me preguntó: “¿Es cierto que el Beaujolais es uno de los mejores vinos de Francia? Fue un poco como preguntar si Johann Strauss era el mejor compositor clásico del mundo. Tanto el músico de los valses como el vino Beaujolais resultan encantadores y frívolos. Querer darles seriedad sería absurdo. Más que un gran vino es una tradición reciente, resultado de una genial maniobra comercial. En 1968 el fenómeno invadió Francia y parte del mundo. En 1985 se escogió el tercer jueves del mes de noviembre para celebrar la fiesta del vino nuevo.
Hablemos claro: no es un gran vino ni tampoco se pide que lo sea. Se puede comparar el alboroto que provoca con otras tradiciones como lo son las crepas en la “Chandeleur” (2 de febrero: Purificación de la Virgen María), la Galleta de los Reyes, los huevos de chocolate pascuales, la colada morada o la fanesca en Ecuador. Más que un vino es un pretexto. Sin embargo, meses después podremos hablar del verdadero Beaujolais, el que adquirirá, por su alcurnia y sabio aunque limitado envejecimiento, cierta nobleza. En Ecuador no lo guarden más de un año si no tienen bodega adecuada pero pueden esperar unos años los Juliénas, Moulin à Vent, Chiroubles, Brouilly, Fleurie, Morgon, Saint-Amour. El llamado Beaujolais Nouveau (nuevo) no es más que vino pequeño, a veces agradable, afrutado, otras veces áspero, rudo, demasiado alcoholizado. Querer encontrarle a la fuerza toques de pera, banano, frutas rojas es tan ambiguo como buscar en los maduros ecuatorianos una sabor a Beaujolais. No busquen allí nobles taninos, promesas de envejecimiento. Bébanlo con alegría, con optimismo. Es un vino alegre, jocoso, tal vez algo anémico. Por desgracia no se vislumbran tendencias de superación. El 2001 y 2002 resultan poco gloriosos. Hasta los japoneses, máximos compradores mundiales, se pusieron de hocico frente a la nueva cosecha. Un negociante famoso acaba de declarar sarcásticamente: “Los asiáticos, tan entendidos en vinos como lo son los franceses en materia de sushi, ya no nos compran nada”. Sin embargo, el show debe continuar. Entre un Vosne Romanée del 90 y un Beaujolais del 2002, existe la diferencia que hallaríamos entre un merengue y una sinfonía de Brahms. Francia tiene vinos serios, a veces casi perfectos. Marquemos las diferencias con amabilidad pero también con firmeza. Los italianos con sus vinos ligeros (Bardolino, Dolcetto, Freisa), los argentinos (con los Beaujolais de Flichman, de Colón) podrían convertirse mañana en serios competidores.
En todo caso, disfrutemos de la tradición y levantemos nuestra copa cada año para brindar a la amistad, a Air France, a la Cámara de Comercio e Industrias Franco-Ecuatoriana, a la alegría de vivir. Recordemos lo de Robert Sabatier: “Hay que ser joven como el Beaujolais e intentar envejecer como el vino de Burdeos”.
Hablemos claro: no es un gran vino ni tampoco se pide que lo sea. Se puede comparar el alboroto que provoca con otras tradiciones como lo son las crepas en la “Chandeleur” (2 de febrero: Purificación de la Virgen María), la Galleta de los Reyes, los huevos de chocolate pascuales, la colada morada o la fanesca en Ecuador. Más que un vino es un pretexto. Sin embargo, meses después podremos hablar del verdadero Beaujolais, el que adquirirá, por su alcurnia y sabio aunque limitado envejecimiento, cierta nobleza. En Ecuador no lo guarden más de un año si no tienen bodega adecuada pero pueden esperar unos años los Juliénas, Moulin à Vent, Chiroubles, Brouilly, Fleurie, Morgon, Saint-Amour. El llamado Beaujolais Nouveau (nuevo) no es más que vino pequeño, a veces agradable, afrutado, otras veces áspero, rudo, demasiado alcoholizado. Querer encontrarle a la fuerza toques de pera, banano, frutas rojas es tan ambiguo como buscar en los maduros ecuatorianos una sabor a Beaujolais. No busquen allí nobles taninos, promesas de envejecimiento. Bébanlo con alegría, con optimismo. Es un vino alegre, jocoso, tal vez algo anémico. Por desgracia no se vislumbran tendencias de superación. El 2001 y 2002 resultan poco gloriosos. Hasta los japoneses, máximos compradores mundiales, se pusieron de hocico frente a la nueva cosecha. Un negociante famoso acaba de declarar sarcásticamente: “Los asiáticos, tan entendidos en vinos como lo son los franceses en materia de sushi, ya no nos compran nada”. Sin embargo, el show debe continuar. Entre un Vosne Romanée del 90 y un Beaujolais del 2002, existe la diferencia que hallaríamos entre un merengue y una sinfonía de Brahms. Francia tiene vinos serios, a veces casi perfectos. Marquemos las diferencias con amabilidad pero también con firmeza. Los italianos con sus vinos ligeros (Bardolino, Dolcetto, Freisa), los argentinos (con los Beaujolais de Flichman, de Colón) podrían convertirse mañana en serios competidores.
En todo caso, disfrutemos de la tradición y levantemos nuestra copa cada año para brindar a la amistad, a Air France, a la Cámara de Comercio e Industrias Franco-Ecuatoriana, a la alegría de vivir. Recordemos lo de Robert Sabatier: “Hay que ser joven como el Beaujolais e intentar envejecer como el vino de Burdeos”.
Texto tomado de: Epicuro / http://www.eluniverso.com/
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