Guayaquil está envuelto en sueños y realidades, en luchas diarias por su supervivencia, es un ser que respira aire húmedo y cálido en invierno y una brisa fresca en verano, que escucha diversos ritmos, que busca, que reflexiona, que cambia...
Es una ciudad polifacética, cuyos rasgos se relacionan con el 2’366.902 de habitantes.
Reside en una vivienda tropical, junto a un río, un estero salado y un puerto. Por ello algunos relacionan ese espíritu a la circunstancia geográfica y le ponen adjetivos que van con la calidez y la apertura.
Sociólogos y antropólogos que en los últimos años intentaron hacer una definición de la forma de ser y de sentir de Guayaquil llegaron a la conclusión que su identidad está en reconstrucción constante. Dicen que esa renovación es parte del movimiento diario que tiene ella (¿o él?).
Es difícil establecer su género, unas veces tiene rostro de hombre y otras de mujer, aunque es un poco más femenina (51% según el último censo de población, 2001).
Gusta vestir ropas ligeras. En situaciones informales prefiere pantalón de mezclilla en azul, celeste y desteñido, que lo combina con camisa o camiseta en colores diversos. En momentos formales, usa tonos clásicos. Pantalones negros y gris, azul y tierra. Para la blusa, camisa o guayabera, blanco, celeste y crema. Pero a ratos también se pone otros tonos como el fucsia, verde, rojo, estampado o de rayas coloridas.
Guayaquil es mercantil y esto le viene de familia. Sus biógrafos han dicho que sus ancestros provienen de los Manteño-Huancavilca. El historiador José Antonio Gómez Iturralde los describe como “una raza primitiva de navegantes de espacio abierto, mercaderes y comerciantes continentales de extensas rutas, moldeados por la naturaleza”.
Es esforzado. A fuerza de vivir en un clima agobiante se convirtió en trabajador infatigable, según el historiador Julio Estrada.
Cuando está desempleado o el sueldo que gana no le alcanza para su sustento, la primera idea que le viene a la mente es poner un negocio, que puede ir desde una pequeña empresa a la venta de cosméticos a sus amistades y familiares o en la calle.
La Bahía es también un modo de buscar subsistencia. Allí Guayaquil se ingenia cómo enganchar al cliente. A los transeúntes les habla con familiaridad. “Habla brother, aquí tengo las camisetas que buscas”, “diga mi amor, qué necesita”.
Frases que suelen tener eco y quizá por ello hay ciertos momentos en que las emplea en instituciones donde va a solicitar algún servicio. “Amiga, ayúdeme”, “vida, una preguntita”.
En otras oportunidades es más formal y frente a personas desconocidas se reserva los términos que expresen algún grado de familiaridad.
Guayaquil se mueve a diversos ritmos. Va a salsotecas como las del barrio Cristo del Consuelo a bailar al son de Rubén Blades y repite mientras su cabeza intenta seguir el movimiento de sus piernas: /Ella era una chica plástica, de esas que veo por ahí/.
Es tan dinámico que no se queda en esos sitios en sus ratos de esparcimiento. Busca discotecas con ritmos de rap, de rock, reggae. En los bares, canciones de rocola como las de Julio Jaramillo Laurido, o baladas románticas.
Pero, también acude al Teatro Centro de Arte a apreciar clásicos del ballet europeo como la danza francesa Giselle, una historia que se desarrolla en un pueblo a orillas del Rhin, o ver el ballet ruso de San Petersburgo en el teatro de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo del Guayas.
Guayaquil es muy apetente. Consume desde platos típicos de la costa ecuatoriana como arroz con menestra y carne hasta hamburguesas y papas fritas –consideradas comida chatarra– pasando por los vegetarianos, chinos y variedad de mariscos.
Después de una noche de farra, suele ir en busca de un sitio donde vendan encebollado.
Es hincha de fútbol por excelencia. Su corazón se reparte entre los colores amarillo y azul, pero es más barcelonista que emelecista (60% y 23%, según una encuesta elaborada por Datanálisis a inicios de este año). Canta a rabiar cuando gana su equipo favorito, llora y –en casos extremos– atenta contra su vida cuando pierde.
En los estadios vibra entre brincos, empujones y gritos. Corea con pasión las letras de las barras y también reparte insultos. Hay momentos en los cuales lanza piedras y hasta fundas con orina a los hinchas de la escuadra contraria.
En su faceta deportiva, le gusta especialmente el indorfútbol y a veces practica voleibol. En parte juega los fines de semana en parques o en improvisadas canchas de cemento en las calles. También le agrada trotar o caminar en la mañana o en las noches, cuando no está trabajando.
Es religioso, mayormente católico. Se comporta con respeto en las iglesias, donde atiende cada palabra del sermón que le imparte el sacerdote o pastor, aunque no siempre aplique las enseñanzas a su vida cotidiana.
De ahí que prefiera estar solo en unión libre con su pareja (57,7%) antes que casado (42,3%, según el censo del 2001).
Quizás su estado civil esté relacionado con esa tendencia a amar la libertad y la independencia, que lo caracteriza.
Libros que escriben sobre Guayaquil hacen referencia a que fue pionero en gestas históricas (9 de octubre de 1820, cuando se convierte en la primera ciudad ecuatoriana en conseguir la independencia ante España; 6 de marzo de 1845, revolución liberal por un estado moderno y laico; 15 de noviembre de 1922, el primer gran levantamiento obrero).
En los últimos años, Guayaquil pasa buen tiempo en los malls, o centros comerciales, que se convierten en su refugio.
Ahí come, ve películas, compra lo que necesita (ropa, comestibles, electrodomésticos), pasea, juega.
Guayaquil es constructor no solo de identidad sino de imagen. Ahora mismo tiene algunos lugares en remodelación como el centro, parques y plazas.
Mejoró los alrededores del río que tiene junto a su casa. Su disfrute está más que nada en mirarlo, percibir la brisa fresca y ese aire húmedo que proviene de él. Ha dejado atrás la época en que se trasladaba por agua hacia la casa de su vecino de enfrente, Durán. Y pocas veces pesca.
Como cualquier individuo Guayaquil tiene sus momentos tristes. Sufre en los hospitales por sus parientes enfermos, que se accidentaron o fueron parte de la violencia urbana.
La violencia le causa aflicción frecuente. Es testigo de un robo a mano armada cada hora. Y lo angustia los dos asesinatos diarios que hay por este problema social.
Llora y se lamenta en los cementerios junto a tumbas de cemento y de tierra, que tragaron los cuerpos de sus seres queridos. En algunas ocasiones, antes de llevar al difunto a su última morada, hace una especie de marcha por la avenida Quito, como despedida final.
Tiene casi dos millones de maneras de verse a sí misma. Se comporta y se define de una forma cuando vive en el suburbio oeste, en el Guasmo o en los viejos barrios pobres del centro y de otra si reside en Los Ceibos o más allá de sus límites, en Samborondón. Y se parece un poco a ambos cuando reside en alguna urbanización de clase media. A ratos se reconoce y en otras se desconoce este inquieto ser llamado Guayaquil.
Texto tomado de: http://www.eluniverso.com/
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