Epicuro |bernardf@telconet.net
Seamos realistas absolviendo la pregunta con sentido común. Ni ustedes ni yo llegaremos a ser enólogos porque ello supone largos estudios, posibilidad de probar variedades del mundo entero, reconocerlas. La enología estudia la elaboración, la conservación, las características de los diversos vinos. Lo que sí podemos hacer es seguir uno que otro curso para aficionados, dar los pasos indispensables para disfrutar al máximo de una botella, saber diferenciar la calidad, detectar los defectos, experimentar placer, pulir los sentidos.
Sucede lo propio frente al arte, a la música. No se trata de volvernos pintores o concertistas sino de apreciar con buenas bases la esencia misma de la cultura.
No valen shows para impresionar a los presentes, gárgaras de entendido en la mesa, muecas inteligentes. Con naturalidad, sencillez, se examina el vino poniendo en marcha la vista, el olfato, el gusto, el tacto (no es lo mismo una copa de cristal que un vaso de plástico). No se bebe solo, pues lo esencial es compartir el gozo, las impresiones, como en los conciertos.
Un paladar común sabe muy bien diferenciar una buena guatita, un cebiche como Dios manda. Con un poco de experiencia se logra tan solo con el olfato, sin acercar la copa a los labios, saber si la botella recién descorchada trae buenas noticias.
Dejarse llevar por el precio es relativo. Se paga el nombre, se cobran gastos de publicidad. Existen vinos abordables que pueden rivalizar con unos más afamados. La Guía Joy da 4 estrellas al Trapiche Malbec roble de 1999; la Facultad Argentina Don Bosco de Enología otorga las mismas 4 estrellas al Trapiche Cabernet Sauvignon roble del 2000 con 93 impresionantes puntos.
Aquellos vinos valen casi cuatro veces menos que el Finis Terrae de Cousiño Macul (2 estrellas). Se los saborea sin absurdos prejuicios.
Primer paso es reconocer calidad. El buen vino presenta armonía en su aspecto (color, brillo transparencia, reflejos), aroma, sabor, persistencia en el paladar. Los grandes dejan un recuerdo largo mientras los comunes pasan sin más. Ciertas cosechas alcanzan precios inabordables.
Una botella de Château Petrus de los mejores años puede venderse en seis mil dólares, lo que pueden pagar magnates petroleros, jeques de Arabia Saudita, acaudalados hombres de negocio, mas, del mismo modo, pocos son los humanos que andan en Ferrari, en Lamborghini.
El segundo paso es aprender a identificar las variedades: Cabernet Sauvignon, Merlot, Malbec, Sangiovese, Tempranillo, Pinot Negro, Sirah, Chardonnay, Sauvignon Blanco, entre otros.
Pueden llegar de Francia, Italia, España, Chile, Argentina, Australia, Nueva Zelandia. Se habla de “varietales”. No intenten convertir en examen sesudo la sencilla cata. Traten de disociar sabores, olores, colores y, sobre todo, disfruten las sensaciones que producirá el vino en los 10.000 corpúsculos que hay en la boca para analizarlas. Beban para ser felices: lo demás es pura pose.
Sucede lo propio frente al arte, a la música. No se trata de volvernos pintores o concertistas sino de apreciar con buenas bases la esencia misma de la cultura.
No valen shows para impresionar a los presentes, gárgaras de entendido en la mesa, muecas inteligentes. Con naturalidad, sencillez, se examina el vino poniendo en marcha la vista, el olfato, el gusto, el tacto (no es lo mismo una copa de cristal que un vaso de plástico). No se bebe solo, pues lo esencial es compartir el gozo, las impresiones, como en los conciertos.
Un paladar común sabe muy bien diferenciar una buena guatita, un cebiche como Dios manda. Con un poco de experiencia se logra tan solo con el olfato, sin acercar la copa a los labios, saber si la botella recién descorchada trae buenas noticias.
Dejarse llevar por el precio es relativo. Se paga el nombre, se cobran gastos de publicidad. Existen vinos abordables que pueden rivalizar con unos más afamados. La Guía Joy da 4 estrellas al Trapiche Malbec roble de 1999; la Facultad Argentina Don Bosco de Enología otorga las mismas 4 estrellas al Trapiche Cabernet Sauvignon roble del 2000 con 93 impresionantes puntos.
Aquellos vinos valen casi cuatro veces menos que el Finis Terrae de Cousiño Macul (2 estrellas). Se los saborea sin absurdos prejuicios.
Primer paso es reconocer calidad. El buen vino presenta armonía en su aspecto (color, brillo transparencia, reflejos), aroma, sabor, persistencia en el paladar. Los grandes dejan un recuerdo largo mientras los comunes pasan sin más. Ciertas cosechas alcanzan precios inabordables.
Una botella de Château Petrus de los mejores años puede venderse en seis mil dólares, lo que pueden pagar magnates petroleros, jeques de Arabia Saudita, acaudalados hombres de negocio, mas, del mismo modo, pocos son los humanos que andan en Ferrari, en Lamborghini.
El segundo paso es aprender a identificar las variedades: Cabernet Sauvignon, Merlot, Malbec, Sangiovese, Tempranillo, Pinot Negro, Sirah, Chardonnay, Sauvignon Blanco, entre otros.
Pueden llegar de Francia, Italia, España, Chile, Argentina, Australia, Nueva Zelandia. Se habla de “varietales”. No intenten convertir en examen sesudo la sencilla cata. Traten de disociar sabores, olores, colores y, sobre todo, disfruten las sensaciones que producirá el vino en los 10.000 corpúsculos que hay en la boca para analizarlas. Beban para ser felices: lo demás es pura pose.
Texto tomado de: La Revista
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