Mostrando entradas con la etiqueta Paulo Coelho. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Paulo Coelho. Mostrar todas las entradas

jueves, 24 de diciembre de 2009

Cuento de Navidad, un lugar en el paraíso

Por Paulo Coelho
El Alquimista

Hace muchos años vivía en el nordeste de Brasil un matrimonio muy pobre, cuya única posesión era una gallina. Con mucho esfuerzo vivían de los huevos que esta ponía.

Sucede que el día de Nochebuena el animal murió. El marido, que solo tenía unos pocos centavos, lo que no bastaba para comprar alimentos para la cena de aquella noche, fue a pedir ayuda al párroco de la aldea.

En lugar de ayudar, el párroco se limitó a comentar:

-Si Dios cierra una puerta, abre una ventana. Ya que tu dinero no llega para casi nada, ve al mercado y compra lo primero que te ofrezcan. Yo bendigo esa compra, y, como en Nochebuena suceden milagros, algo en tu vida cambiará para siempre.

Aun sin estar convencido de que aquella era la mejor solución, el hombre fue al mercado; un comerciante lo vio caminando sin rumbo y le preguntó qué buscaba.

-No lo sé. Tengo poquísimo dinero y me ha dicho el padre que compre lo primero que me ofrezcan.

El comerciante era riquísimo, pero aun así nunca dejaba pasar una oportunidad de lucrarse. Inmediatamente cogió las monedas, garabateó algo en un papel y se lo entregó al hombre:

-¡El padre tiene razón! Como siempre he sido un hombre bueno, te estoy vendiendo mi sitio en el paraíso, en este día de fiesta. ¡Aquí está la escritura!

El hombre cogió el papel y se alejó, mientras el comerciante se henchía de orgullo por haber cerrado otro excelente negocio. Aquella noche, mientras se preparaba para la cena en su casa llena de sirvientes, le contó la historia a su mujer, creyendo que gracias a su capacidad de pensar rápido, había conseguido hacerse tan rico.

**-¡Qué vergüenza! –dijo la mujer-. ¡Actuar de esa forma el día del nacimiento de Jesús! ¡Ve a casa de ese hombre y trae de nuevo el papel, o no vuelves a poner los pies en esta casa!

Asustado con la furia de su esposa, el comerciante decidió obedecer. Después de mucho indagar, al fin encontró la casa del hombre. Al entrar, vio al matrimonio sentado a una mesa que no tenía más que aquel papel encima.

-He venido hasta aquí porque he actuado de forma equivocada –dijo-. Aquí tiene su dinero; devuélvame lo que le vendí.

-Usted no ha actuado de forma equivocada –replicó el pobre-. Yo he seguido el consejo del padre y sé que tengo algo bendito.

-No es más que un papel: ¡nadie puede vender su sitio en el paraíso! Si lo desea, le pago el doble de lo que usted me dio por él.

Pero el pobre no quería venderlo, pues creía en los milagros. Poco a poco, el hombre fue subiendo su oferta, hasta llegar a las diez monedas de oro.

-No me servirá de nada –dijo el pobre-. Tengo que darle una vida más digna a mi mujer, y para eso hacen falta cien monedas de oro. Ese es el milagro que espero en esta Nochebuena.

Desesperado, sabiendo que si se retrasaba un poco más nadie comería en su casa ni asistiría a la misa de gallo, el hombre acabó pagando las cien monedas y consiguió recuperar el papel. Para el matrimonio que era tan pobre el milagro se había hecho. Para el comerciante, lo que su esposa le había pedido se había cumplido. Pero esta estaba llena de dudas: ¿Había sido demasiado dura con su marido?

Cuando terminó la misa de gallo fue a hablar con el párroco y le contó la historia.

- **Padre, mi marido encontró a un hombre a quien usted le había sugerido que comprara lo primero que le ofrecieran. Intentando ganar un dinero fácil escribió en un papel que le vendía su sitio en el paraíso. Yo le dije que cenaría en casa si no volvía con el papel, y al final tuvo que pagar cien monedas de oro para recuperarlo. ¿Fui demasiado lejos? ¿Cuesta tanto un sitio en un paraíso?

-En primer lugar, tu marido ha demostrado generosidad en el día más importante de la vida cristiana. En segundo lugar, él ha sido el instrumento de Dios para que se realizase un milagro. Pero para responder a tu pregunta: cuando vendió su sitio en el cielo por unos pocos centavos, no pedía el precio que vale. Pero cuando decidió volver a comprárselo por cien monedas, solo para alegrar a la mujer que ama, te puedo garantizar que vale mucho más que eso.

(Basado en un cuento hasídico de David Mandel)

Acuarela de: Alex Sahores, tomada del blog: Acuarelas alex sahores

Texto tomado de: eluniverso.com

martes, 29 de septiembre de 2009

El Poder de La Palabra




Por Paulo Coelho 

El Alquimista


Destruir al prójimo

Malba Tahan ilustra los peligros de la palabra: una mujer insistió tanto en que su vecino era un ladrón, que el muchacho acabó preso. Días después, descubrieron que era inocente; el muchacho fue puesto en libertad y decidió llevar a juicio a la mujer.

—Los comentarios no eran tan graves –dijo ella al juez.

—De acuerdo –respondió el magistrado–. Hoy, cuando vuelva a casa, escriba todas las cosas malas que dijo del muchacho; después, rompa el papel, y tire los trozos por el camino. Mañana vuelva para oír la sentencia.
La mujer obedeció, y volvió al día siguiente.

—La acusada será absuelta si me entrega los trozos de papel que ayer esparció por el camino. En caso contrario, será condenada a un año de prisión –declaró el magistrado.

—¡Pero eso es imposible! ¡El viento ya se lo habrá llevado todo!

—De la misma manera, un simple comentario puede ser arrastrado por el viento, destruir el honor de un hombre y luego ya es imposible reparar el mal que se ha hecho.  Y envió a la mujer a la cárcel.

Una leyenda del Polo Norte.
Cuenta una leyenda esquimal que, en los albores del mundo, no había diferencia entre hombres y animales: todas las criaturas de la Tierra vivían en armonía, y cada una de ellas podía transformarse en otra, con el fin de llegar a entenderla mejor. Los hombres se convertían en peces, los peces se convertían en hombres, y todos hablaban la misma lengua.

“En aquella época”, continúa la leyenda, “las palabras eran mágicas, y el mundo espiritual repartía generosamente sus bendiciones. Una frase dicha al tuntún podía tener extrañas consecuencias; bastaba pronunciar un deseo para que este se cumpliera”. Fue entonces cuando todas las criaturas comenzaron a abusar de ese poder. Se instaló la confusión, y la sabiduría se perdió.  “Pero la palabra sigue siendo mágica, y la sabiduría todavía concede el don de hacer milagros a todos los que la respetan”, concluye la leyenda.

Los tiempos difíciles. 

Un hombre vendía naranjas en mitad de la calle. Era analfabeto, de modo que nunca leía los periódicos. Se limitaba a colocar algunos carteles por el camino, y se pasaba el resto del día pregonando el delicioso sabor de su mercancía.  Todos compraban, y con el tiempo el hombre prosperó. Con el dinero que ganaba, colocaba más carteles y así vendía más fruta. El negocio prosperaba rápidamente cuando su hijo, que era culto y había estudiado en una gran ciudad, lo buscó para hablar con él:

—Pero papá, ¿no sabes que Brasil está pasando momentos difíciles? ¡La economía del país anda fatal!

Preocupado, el hombre redujo el número de carteles, y se puso a vender mercancía de calidad inferior, porque era más barata. Las ventas cayeron en picado. “Tenía razón mi hijo”, pensó. “Los tiempos están muy difíciles”.

El manual de instrucciones
Después de comprar una nueva máquina para descascarillar legumbres, la mujer consultó el manual de instrucciones. No lo entendía y al final se rindió, dejando las piezas desparramadas sobre la mesa. Fue al mercado, y al regresar vio que su empleada había montado el aparato.

 “¿Cómo lo has hecho?”, preguntó, sorprendida.
“Bueno, como no sé leer, me vi obligada a usar la cabeza”, fue la respuesta.


Texto tomado de: eluniverso.com 

domingo, 9 de agosto de 2009

Paulo Coelho, la vida de un vencedor

Texto: Ana Laura Pérez | Fotos: Sebastián Pérez / enviados especiales a Suiza, de diario Clarín, Buenos Aires, Argentina

Con fondo de Alpes, en el amplio departamento que tiene en la capital suiza, el escritor habla de la maldad, la manipulación y la soledad, temas centrales de El vencedor está solo, su nueva novela.

Negro el pantalón, negra la remera, negra la campera de cuero (“comprada en Gap, eh”), el pelo cano. Contraste del entorno luminoso, primaveral y pacífico. ¿Quién más que Paulo Coelho puede ser Paulo Coelho, para haber resucitado como un Lázaro rockero?

Este carioca nacido en el 47 (padre ingeniero + madre ama de casa = clase media acomodada), ahora católico, millonario, escritor traducido y leído en el mundo entero, tiene un ayer tan oscuro como las ropas que siempre lo abrigan: internaciones psiquiátricas/ electroshocks/ muchas drogas/ magia negra/ miembro de sociedades secretas/ hippie nómade/ harekrishna/ militante del amor libre/ periodista/ y hasta famoso compositor de hits para la Polygram.

Coelho, el resucitado de sí mismo, tiene nuevo libro, el número 16: El vencedor está solo, un policial en pleno festival de Cannes, donde Igor, un millonario ruso, mata para reconquistar a su ex esposa, en pareja con Hamid, un magnate atrapado en el mundo de la moda.

Según sus propias palabras, un libro que no es un thriller, sino un crudo retrato del mundo en que vivimos.

¿Por qué elegir a un malo como protagonista?
¡Es que no está muy lejos de la realidad! No busco juzgar a nadie sino retratar un mundo donde la manipulación se da en nombre de los buenos valores. Igor, el protagonista, cree que en nombre del amor puede hacer todo lo que hace.

En sus libros habla de perseguir esa razón que tenemos para vivir, aquella sin la cual no seremos felices. Ahora, ¿puede ser la maldad una de esas razones?
Noooo... no creo. Porque como digo en todos mis demás libros, esa razón para vivir está conectada con los otros. Y la relación con los otros es de amor, no de odio. Cuando encuentras esa razón encuentras también una especie de solidaridad, de conexión con la gente y eso no puede estar basado en la maldad.

Pero no es lo que pasa siempre.
Claro que muchas veces vemos relaciones humanas destruidas en nombre de este amor equivocado. Cuando era adolescente me internaron en un manicomio porque mis padres pensaban que yo era loco. Lo hicieron por amor, pero por un amor totalmente equivocado. Esas cosas pasan.

¿Cree que la maldad y la ambición tienen un castigo?
Sí, lo creo.

Insisto con que la realidad lo desmiente...
La maldad y la ambición infligen un castigo al ambicioso y al malvado. Tarde o temprano la maldad y sus consecuencias se hacen visibles. Puedes utilizar a los otros para tu beneficio, pero por poco tiempo. La gente no es tonta y se da cuenta.

En el libro, la soledad es castigo.
Es natural el aislamiento provocado por la maldad. El sujeto tiene cada vez menos.

Pero ¿no es apenas una de las formas de la vida moderna?
Sin dudas es así, la soledad es también una forma de vida... porque desde niños somos educados en el miedo y la sensación de peligro por el contacto humano. Ahora tenemos miedo de acercarnos a las personas, conectar con ellas y eso, poco a poco, nos lleva a la soledad total. Es un modo falaz de sentirnos seguros: primero porque no hay seguridad en el aislamiento y segundo porque lo que sí hay es infelicidad.

Reconoció su mayor cobardía al no responder un llamado de su mujer cuando ambos estaban recluidos en un campo de concentración de la dictadura de Ernesto Geisel, en el Brasil del 74. ¿Puede hablar con igual franqueza de su peor maldad?
Es que la maldad es como el dolor: no se puede medir. Algo que para mí no es nada, para ti puede ser el fin del mundo. Creo que como todos los seres humanos normales sigo haciendo cosas que hieren a otros, muchas veces de manera inconsciente. Como decimos en portugués: el que da olvida, pero el que recibe no olvida jamás. La maldad es para mí algo muy relativo, pero intento todos los días controlar mis impulsos negativos y corregirlos si me doy cuenta de ellos.

Coelho sostiene que El vencedor está solo –de Editorial Planeta, con el que aspira a permanecer en el podio de los best sellers mundiales junto con J.K. Rowling y John Grisham– está 100% inspirado en su experiencia con la farándula. “No tengo nada contra la alfombra roja, los estrenos... es parte del ritual que necesitan el cine y la moda y hasta es bonito. Lo que me sorprende es que eso llega a un punto en el que la gente empieza a creer que el ritual es la verdad y la razón de ser. En el libro tampoco quiero juzgar cómo la gente se relaciona con el lujo y el glamour. En los muchos e-mails que recibo, la gente es muy crítica, pero es fácil criticar este mundo si no se tiene en cuenta que está hecho de sueños rotos, despedazados y perdidos. Lo que yo hice fue decir: Aquí está mi mundo”.

¿Así de frívolo y superficial es el mundo de las letras?
Seguro que debe haber algo lujoso, pero no veo nada similar entre el mundo literario y el de la Fórmula Uno o el Festival de Cannes de la novela.

En plena crisis mundial es difícil no leerlo como una crítica al derroche y a la riqueza.
Escribí la novela meses antes de que estallara la crisis, pero se veía que tarde o temprano la gente se iba a enterar de que esa no es la felicidad.

Que evita juzgar a sus personajes, ¿significa que para usted esta crisis no es moral?
Creo que es moral. Por eso intento ser lo más sencillo posible. Tengo mi computadora y ya estoy contento. Hay que preguntarse siempre: ¿necesitamos esto?, ¿necesitamos aquello? Para mí, la belleza está en la sencillez.

Uno de sus personajes se dice Soy mi mejor amiga y mi peor enemiga. ¿Cuándo siente eso de usted mismo?
¡Todos los días! Soy mi mejor amigo y mi peor enemigo. Si alguien puede destruir lo que he hecho no son los críticos, soy yo mismo.

¿También comparte con Igor, el protagonista, la idea de que la monogamia es un mito que se le ha impuesto al ser humano?
Yo no pienso nada...

¡Mentiroso!...
El hombre amable y campechano se ríe a carcajadas. Contraataca con una palabra en clave: “¡Borges!”. Al comienzo de la nota había citado una frase del escritor: “Borges decía que no hay una sola persona en el mundo que no haya mentido y cometido una maldad por día”.

Como en todos los temas, en este Paulo Coelho expone como opinión la evidencia de lo vivido: hace 30 años que permanece casado. “Este es mi cuarto matrimonio. Amé mucho a las otras tres mujeres, pero en todos los casos ellas y yo tuvimos el valor de decir ‘no va más’. En los treinta años que hemos pasado juntos con Christina (Oiticica, artista plástica) pasamos los altos y bajos de cualquier pareja: hay momentos que estás en Iraq y hay momentos... ¡que estás en Suiza!”. Vuelve a reírse de su ocurrencia, cita al paisaje pacífico que lo rodea).

Tiene un departamentazo de dos plantas en un barrio exclusivo de la exclusiva Ginebra, en la exclusiva Suiza. Todo blanco y ventanales abiertos a una terraza y más luego a un jardín de varias decenas de metros de precioso grass y cuidado diseño, prólogo de los Alpes, allí nomás. “Me encanta este lugar porque puedo caminar veinte minutos y comer en los mejores restaurantes del mundo o caminar otros cinco en la dirección contraria y estar en plena montaña”.

Lugar común, sí (¿y qué?), pero ¿a alguien se le ocurre antinomia mayor que Brasil y Suiza? Coelho tiene en Ginebra su sede europea y pasa el resto del tiempo en Río de Janeiro. “¡¿Qué puedo hacer?! Esa ciudad soy yo mismo”. Sigamos.

Obama y el Papa

“Me encanta Barack Obama, pero la crisis no se cura solo con optimismo”, dice Coelho, quien en el 2003 escribió una famosa carta al ex presidente George W. Bush en la que condenaba la guerra de Iraq. “En ese momento sentí que había que decir algo”.

Como hombre de fe, ¿no es momento de escribirles a los líderes religiosos?
¡Tendría muchas cosas para decir! Pero más tendría para decir a mi propia Iglesia, al Papa. Con él es como con mi familia: no estoy de acuerdo, se equivoca, pero si discuto no voy a hacerlo en público.

¿Y conversó “en familia” con este Papa?
Sí, claro, personalmente. Pero no va a cambiar nada.

¿Se considera un vencedor?
Sin dudas.

¿Qué es vencer?
Es llegar a vivir las cosas que te encantan. Mi sueño era  escribir, escribo. Quería tener el amor, tengo amor.

¿No le da miedo tenerlo todo?
Es que no lo tengo todo. Me has preguntado si era un vencedor, que no es lo mismo que tenerlo todo. Tengo muchos sueños y en la vida de un escritor siempre está el desafío del próximo libro.

Ahora que es millonario, ¿entiende mejor el alma de los ricos?
No... para cierta gente, la felicidad es seguir los movimientos de la Bolsa. Para mí, el dinero es la libertad. En ese sentido siempre fui un privilegiado: cuando era hippie, con 200 dólares me fui desde Nueva York hasta la ciudad de México. No tenía nada y era el hombre más rico del mundo.

Texto tomado de "La Revista": http://www.eluniverso.com/


martes, 4 de agosto de 2009

Mi tipo inolvidable

Por Paulo Coelho 
El Alquimista

Cuando yo era niño acostumbraba leer una revista a la que mis padres estaban suscriptos; tenía una sección llamada "Mi tipo inolvidable" -donde personas comunes hablaban de otras personas comunes que habían tenido influencia en sus vidas. 

Claro que a aquella altura, con nueve o diez años, yo también había creado mi personaje marcante. Por otro lado, tenía seguridad de que en el decorrer de mis años este modelo iría a mudar, por lo tanto resolví no escribir a la tal revista sometiendo mi opinión  (me quedo imaginando hoy, cómo ellos habrían recibido la colaboración de una persona con mi edad en esa época).

Los tiempos pasaron. Conocí mucha gente interesante que me ayudó en momentos difíciles, que me inspiró, que me mostró caminos que eran necesarios andar. Mientras tanto, los grandes mitos de la infancia, los más poderosos; pasan por periodos de desvalorización, de polémicas, de olvido -pero permanecen, surgiendo en las ocasiones necesarias con sus valores, sus ejemplos, sus actitudes. 

Mi tipo inolvidable llamábase José, el hermano menor de mi abuelo. Nunca se casó, fue ingeniero durante muchos años y cuando se jubiló, resolvió vivir en Araruama, ciudad vecina de Río de Janeiro. Era allí que toda la familia iba a pasar las vacaciones con sus niños; tío José era soltero, no debía tener mucha paciencia para aquella invasión, pero era este el único momento en que podía dividir un poco de su propia soledad con los sobrinos-nietos. Era también inventor y para acomodarnos, resolvió construir una casa donde los cuartos solamente aparecían ¡en el verano! Se apretaba un botón y del techo bajaban las paredes, de los muros salían las camas y los tocadores... y listo; cuatro dormitorios para acomodar a los recién llegados. Cuando terminaba el carnaval, las paredes subían, los muebles volvían a entrar en los muros y la casa volvía a ser un gran galpón vacío, donde acostumbraba guardar el material de su taller.

Construía coches. No apenas eso, sino que hizo un vehículo especial para llevar a la familia a la laguna de Araruama -una mezcla de jeep con tren sobre neumáticos. Íbamos al mar, convivíamos con la naturaleza, jugábamos todo el día y siempre me preguntaba: "¿Por qué él vive aquí solo? Tiene dinero, ¡podría vivir en Río!". Contaba historia sobre los Estados Unidos, donde trabajaba en minas de carbón y se aventuraba en lugares nunca antes visitados. La familia acostumbraba decir: "Es todo mentira". Vivía vestido de mecánico, y los parientes comentaban: "Debería tener ropas mejores". Cuando la televisión entró en Brasil, compró un aparato que colocaba en la vereda, de modo que la calle entera pudiese ver los programas.

Me enseñó a amar lo que elegimos con el corazón.

Me mostró la importancia de hacer lo que uno desea, independiente de lo que los otros comenten. Me acogió cuando, adolescente rebelde, tuve problemas con mis padres. Un día  me dijo: 

-Inventé el hidráulico (cambio automático de cambio de marchas en un auto). Fui a Detroit, entré en contacto con la General Motors, me ofrecieron 10.000 dólares en la hora o  1 dólar por auto vendido con este nuevo sistema. Tomé los diez mil dólares y viví los años más fantásticos de mi vida. 

La familia decía: tío José vive inventando cosas, no le crean. Y, teniendo una gran admiración por sus aventuras, por su estilo de vida, por su generosidad, no creí en esta historia. Conté esto para el periodista Fernando Morais, apenas porque tío José era y es mi tipo inolvidable. 

Fernando resolvió conferir, y esto es lo que encontró (el texto está editado, pues es parte de un gran artículo): "El primer cambio automático fue inventado por los hermanos Sturtevant de Boston en 1904. El sistema no funcionaba a contento porque los pesos frecuentemente se alejaban mucho. Pero fue la invención de los brasileños Fernando Iehly de Lemos e José Braz Araripe, vendida a GM en 1932, que contribuyó para el desenvolvimiento del sistema hidráulico lanzado por la GM en 1939."

Con millones de coches hidráulicos siendo producidos todos los años, la familia -que nunca acreditara en nada, y encontraba que tío José se vestía mal- hubiera quedado con una fortuna incalculable. ¡Qué bueno que él gastó sus diez mil dólares en años felices!


Texto retirado de: http://www.eluniverso.com/
Blog Widget by LinkWithin